jueves, 3 de febrero de 2011

Presentaciones desde el más allá : D.E.P Anacleta

Hola a todos, ha llegado el momento de salir de mi ataúd. Me llaman Anacleta, y digo me llaman porque no recuerdo con exactitud que fue de mí mientras aún palpitaba este pútrido corazón. Comenzaré pues con el final, el principio de una nueva etapa realmente, mi muerte.

Tuve una vida corriente, sin sobresaltos, sin destacar en nada pero sin ser torpe, simplemente, normal. Tan sólo ansiaba algo de paz y tranquilidad, deseaba alejarme del revuelo de la ciudad y no tenía grandes ambiciones.

Un día salí con unos amigos, nada excepcionales, apenas viejos conocidos, pero entonces ocurrió… De las profundidades de su bolso, extrajo un móvil, no aprecié nada extraño, quizás fuese simplemente a realizar una llamada, enviar o mensaje o apenas mirar la hora. Pero no fue así, ella se acercó a mí entre gritos de “foto-tuenti”. Recuerdo el momento borroso, el flash me deslumbró, noté como caía al suelo.

Y ahí me dejaron, cual mera alfombra, tumbada sobre las frías losas de piedra de la calle. Recobré la conciencia con el sonido de unas pisadas alejándose, con el rasgar de las uñas de un perro. Sentí la humedad de su orina en mi rostro, el hedor me hizo sentir náuseas. Intenté ponerme en pie, pero mis fuerzas flaquearon y me sentí desfallecer.

Desperté en un montón de cartones. No, no se trataba de la hospitalidad de un vagabundo, me encontraba en un contenedor azul de reciclaje. A duras penas, conseguí salir de allí, me dolía terriblemente una mano, cuando la miré con detenimiento, pude ver como los tejidos se encontraban inflamados, fríos y oscurecidos. Además, había algunas pequeñas manchas verdes, las toqué y la piel se hundió, como si debajo apenas hubiese aire. Remangué mi camisa y pude comprobar que se extendía por todo el brazo.

Llegué tan rápido como pude hasta un médico, pero allí me comunicaron que se trataba de una infección causada por la orín de aquel extraño perro. Con asco, me echaron del hospital y me negaron tratamiento, simplemente me senté en las puertas y esperé. Esperé el frío abrazo de la muerte.

Guardaron mi inerte cuerpo en una caja de nevera y me llevaron al cementerio, donde me depositaron en el primer hueco que encontraron. ¿Mi lápida? Una sencilla losa lisa con una cruz grabada; sin nombre, sin identidad.

¿Cómo os cuento esto? Mis agradecimientos al desarrollo de los móviles mediante los cuales puedes acceder a internet.

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